Sentarse en un café, junto a la avenida corrientes me dice que lo hemos logrado. Llegar a Buenos Aires te deja un aire, valga la redundancia, a satisfacción.
Y es que en realidad toda la estadía en la ciudad ha sido agradable. En principio es necesario afilar la lengua para cortar el carácter argentino, nada de indelicadezas, solo formalidades. Luego debes ponerte a tono con el fútbol, pues, a pesar de ser insufrible para un espécimen como yo, apático al juego del balón pie, el argentino habla de pocas cosas cuando se trata de cortar el hielo, y es incluye deporte y clima. Para este amante del trópico, cualquier predicción climática resulta desastrosa. A mi no me gustan los paraguas, pero acá, cuando el señor del clima dice - ¡a llover!-, el que no saque la sombrilla padecerá la segregación de ser un puntos simple entre miles de puntitos de colores, es decir sombrillas, y mientras camina entre la lluvia alguien en el subterráneo te dirá – ¿Che nene, no viste el pronostico hoy? Y tu con cara silente, mientras tu pelo deja caer las gotas de primavera, volteas la cabeza para decir – En Colombia nos gusta mojarnos-.
Buenos Aires son dos ciudades, una que se alza al cielo, con edificios de viejas fachadas, donde todo marcha, donde todo baila a un ritmo sincrónico. El compás esta a cargo de los buses, de sus sonoro abrir y cerrar de puertas, del respirar metálico del tren y de los besos de aquellos amantes sin complejos. El tempo esta a cargo de los cafés, del hablar incesante del porteño que da un toque final a la melodía. Esta canción no para nunca, el loop inmanente del respirar bonaerense es una cruel caricia que no te abandona jamás.
Siguiendo la luna llegamos hasta Argentina, y siguiendo la luna llegue hasta el concierto de los Fabulosos Cadillacs. Contemple como, Vicentico el vocalista, interrumpía una canción para detener una pequeña pelea, y admiré el respeto que generó su actitud frente al publico. Fue como ir a un concierto en el parque del barrio, la gente estaba tranquila, disfrutaba la última reunión de la banda después de su más reciente disolución, en ese lugar hubo, como casi nunca hay, música sin pretensiones.
Así funcionó para nosotros el encuentro con Buenos Aires, ahora 50 días después de haber salido de Bogotá, estamos solos, mi papá regresó a Colombia sin dudarlo, y mi tío siguió viajando al sur. Yo, sigo en la ciudad de la furia...
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